
Una sola vez pude verlo personalmente y lo abrazé con todas mis brasas. Fue en un asado de fin de año del programa dominguero al que él llamaba. La última vez que se comunicó con nosotros se despidió más afectuosamente que de costumbre, dijo que dejaría su lugar a oyentes más jóvenes, pero no pudimos entenderlo. Se fue alejando de a poco, la semana pasada no nos llamó. El lunes un infarto fatal acabó con su vida y con nuestra poesía, como un rayo que se lleva en el refucilo de su vida a todo el que lo ve. Yo lo vi. Y el nudo insoportable que nos ha dejado su ausencia es la muestra de lo que significaba su presencia a través del éter de la radio, eter que los antiguos filósofos consideraban soplo vital, y que este lunes se esfumó.