24/8/07

Sobre la Literatura

Malditos papeles (o papeles malditos) En la calle Federico Moreno de la Cuarta Sección hay un almacén que en las paredes exteriores ofrece "artículos de primera necesidad". Yo pensaba entrar en el negocio y pedir un libro de poesía, artículo que considero indispensable y sin el cual mi vida sería tanto más oscura. Esto me trae una pregunta a la mente: ¿cuál es el rol de la literatura en la actualidad? Podríamos intentar una desmitificación, y partir de una base en que la literatura tenga la mayor importancia, porque no es sólo un elemento distractivo (esto me recuerda el Decamerón, escrito para brindar solaz a las mujeres que sufren penas de amor), sino que mueve toda una inmensa maquinaria de significantes. Definitivamente, una obra artística es una obra cultural, y, también definitivamente, la cultura en nuestro país está en franca decadencia, por lo que toda obra literaria pasa a ser un hecho tan ético como estético. De aquí se desprende que el concepto de compromiso en las artes quede un tanto relegado a la bruma. ¿Qué es ser comprometido? Ser artista (escritor, pintor, escultor, cineasta, fotógrafo, bailarín, músico, etc.)

Entonces, el artista se enfrenta a dos grandes enemigos: la TV y la política. Estos gigantes manejan los hilos de las modas y de las ilusiones. La TV juega el papel de elemento distractivo, elixir, si se quiere, del "bienestar psíquico" por ofrecer un producto vacío que no exige lecturas complejas. Este es el punto en que se opone a la literatura, ya que esta sí requiere rigurosidad y compromiso con la lectura. La política, por su lado, se opone al arte en general en que no ofrece alternativas para que los artistas se desarrollen o puedan vivir de su arte. Otro tema sería ver hasta qué punto la TV actual cumple una función necesaria para el pueblo, inmerso en una situación intolerable de trabajos mal remunerados y angustias. Esas personas llegan a sus casas y ver algo que no les exija trabajo mental los descansa luego de una larga jornada. Otra vez, la culpa es de los administradores.

El filósofo Mark Raskin dijo que "los escritores son los más poderosos de los innumerables ciudadanos que nada de poder tienen en esta sociedad", queriendo significar que la misión del escritor es ser la voz de aquellos que no tienen la posibilidad de hacerlo y que son llevados de las narices sin tener opinión sobre lo que ocurre a nivel legal y de relaciones internacionales. Esta frase fue pronunciada en una de las sesiones de un Congreso de Escritores Norteamericanos llevado a cabo durante el gobierno de Ronald Reagan. En él se trataron temas de suma importancia como las relaciones exteriores del país con sus pares latinoamericanos y en este tema ellos asumieron un rol paternalista (¿imperialista escuché por ahí?) y de protección hacia sus hermanos menores sin voz, o sea, nosotros tercermundistas. Ariel Dorfman dice que no existen grandes diferencias entre la realidad de los escritores angloamericanos y la de los escritores latinoamericanos, pues si ellos sufren censura, nosotros también la sufrimos mediante el exilio o la desaparición. Irónico, el muchacho.

En fin, pareciera que el rol del escritor es el mismo: ser la voz de los sin voz. El tema es que los que no tienen voz son los escritores, los artistas en general. Los diferentes intentos son válidos, una literatura casi testimonial (Operación masacre, de Walsh) o una literatura que llame a la reflexión (Anteparaíso, de Zurita) o una literatura que haga ficción desde la realidad, por extraño que eso suene (Batman en Chile, de Lihn). Hace algunos pocos meses llegó a mis manos mutiladas un libro con dos obras de teatro escritas por Rodolfo Walsh: La granada y La batalla. La primera es el drama de un joven militar que en una prueba de armamento pierde el seguro de su granada y debe meter el dedo en el agujero de ella para evitar que explote. Se genera una dicotomía: morir o vivir en soledad, pues nadie querrá acercarse a él mientras tenga en su mano una granada a punto de estallar. Como si esto fuera poco, lo someten a un juicio bajo el cargo de espionaje y de intento de sembrar el caos en el Ejército. Tanto su abogado como su querellante están más atentos a saldar viejas cuentas entre ellos que del curso del juicio. Por fin, el joven, desgastado por los insultos y por la situación, decide soltar la granada. No explota. Final feliz, el joven no muere. Se cierra el telón con los gritos de júbilo del querellante. Bum! Explota la granada. La batalla presenta a un general decadente y medio loco que decide comenzar una guerra por diversión. Los enemigos no tienen poder económico ni militar, pero él decide ayudarlos para que el conflicto empiece a la brevedad. Paralelamente, hay un personaje alegórico, Grundig, que es un enano grabador, la Memoria. Las concesiones del general llegan a tal punto que el enemigo tiene más poder militar que él, pero el juego ya ha comenzado y no hay vuelta atrás. La sensación que deja esta obra es la de un vacío enorme en los representantes del poder, en quienes nos gobiernan. Son ellos los realmente locos, los que teniendo voz manipulan a Grundig, con violencia. Cuando este personaje se duerme luego del estallido de una bomba, despierta habiendo perdido la memoria, o sea, ya no es él, asegura "yo siempre he tenido mala memoria". Y claro, esa conciencia, si se quiere, olvida todo cuando ve que el juego está por terminar, y que va a perder. En el universo cerrado de esta obra, la memoria es la conciencia del gobernante, pero en la realidad la memoria es el recuerdo del pueblo, que debe saberse protagonista. Estas obras fueron publicadas en 1965, y La granada fue estrenada ese mismo año. Pocos meses después, Onganía derrocaría a Arturo Illía y la noche de los lápices y los bastones largos.

Pensaba, después de estas líneas, en ir al almacén de calle Federico Moreno a pedir Memoria, a pedir Voz Para Hablar Por Los Que No Tienen Voz.